viernes, 15 de mayo de 2009

El MIEDO: LA INTERACCION VERBAL

El MIEDO: LA INTERACCION VERBAL

El sábado 3 de enero comencé una serie de reflexiones sobre los “miedos” que el tartamudo tiene y que muchas veces son complicados de explicar, no sólo para los normofluídos, sino para los propios tartamudos. En aquella ocasión me refería a una cuestión básica en la trayectoria de todo ser que tartamudea, el miedo a ser tartamudo, a ser realmente una persona tartamuda.

INTERACCION VERBAL
Hablar con otras personas, comunicarse verbalmente, simplemente mantener una conversación espontánea y concreta, puede suponer en una persona tartamuda un sinfín de síntomas: miedo, pánico, terror, estrés anticipatorio, ansiedad, evitaciones, síntomas vegetativos, intentos de disimulo, como son emisión de interjecciones, simulaciones (a veces es preferible parecer que se padece un problema de memoria que estrellarse contra el bloqueo o la repetición), circunloquios (cambiar la palabra o dar un rodeo para evitar la temida palabra con la que nos vamos a encontrar en un momento de tartamudez.), silencios (hasta que el bucle de nuestro bloqueo “ve” una salida razonable), etc..

Una de las características de la tartamudez, que los tartamudos conocemos bien, es la capacidad que tenemos para “ver” los que vamos a decir y cuando lo vamos a decir. Tenemos la capacidad de anticipar nuestro discurso y ver donde vamos a perder la fluidez. Anticipamos donde, cuando y como nos vamos a bloquear. En ese momento, nuestra mente, nuestro rápido cerebro, tiene que buscar alternativas. Podemos callarnos (nuestro interlocutor, entonces, pensará que nos pasa algo), podemos cambiar la palabra por otra de similar significado). Podemos acortarla, podemos cambiar el orden de las palabras, podemos comernos sílabas, podemos cambiar una letra por otra de fonética parecida, etc.. En definitiva, podemos hacer muchas cosas, antes que bloquearnos. En ese momento la tartamudez se erige, todavía más, en dueña de nuestras vidas, no sólo nos hace bloquearnos, sino que nos puede hacer parecer idiotas ante nuestros interlocutores. Parece también que los tartamudos no tenemos suerte, ya que cuando anticipamos el discurso, es muy habitual que el bloqueo aparezca en palabras que no podemos cambiar, por ejemplo en los nombres propios, bien de personas o lugares.

Una vez realizada la interacción verbal, muchas veces nos deja “un mal sabor de boca”, la ansiedad anticipatoria, la lucha por controlar los momentos de tartamudez, la angustia por no poder decir lo que queremos , cuando queremos y como queremos, produce una frustración que muchas veces se acompaña de síntomas vegetativos. Esta frustración se convierte en más ansiedad, tristeza, mal humor, malas expectativas y aislamiento.

Mención aparte merece nuestro “querido” teléfono. El teléfono es una de las mayores fuentes de incomodidad en un tartamudo. Los teléfonos, aunque últimamente hacen más cosas, es un artilugio diseñado y pensado para hablar. Para un tartamudo puede convertirse en una tortura, desde un teléfono nos puede pasar de todo. Si la persona que está al otro lado no tiene la suficiente empatía, paciencia y atención es muy posible que nos veamos colgados, burlados o incluso insultados. Con el teléfono perdemos un recurso importante: el lenguaje no verbal, que tantas veces usamos y tantas veces nos sirve.

- ¿Merece la pena tanto esfuerzo?- Se pregunta el tartamudo-

Posiblemente esta pregunta tenga contestaciones muy variadas, dependiendo del grado de tartamudez, de la personalidad de cada tartamudo, del interlocutor o interlocutora y de muchos otros parámetros que seguro que se nos escapan a la hora de analizar nuestro comportamiento. Mi personal respuesta, desde una perspectiva vital dilatada es que sí merece la pena, la interacción verbal es muy incómoda, pero supone un buen entrenamiento comunicativo y es una de las pocas esperanzas en cuanto a un tratamiento eficiente, eficaz y efectivo